Febrero 2005:
Mi papá tuvo que volver a Santiago a buscar dinero tras habernos quedado sin nada por el robo en la playa. Mi mamá está nerviosa. No tenemos cómo comunicarnos mientras lo esperamos. Ha perdido sus documentos, sus cosas personales. La veo indefensa. Decido inventar una historia para ella con mis peluches. Logro hacerla sonreír. Marzo 2007:
Mis compañeros se acercan con entusiasmo al carismático profesor nuevo. Le hablan de sus intereses, le preguntan cosas. Me acerco también, y empiezo a tirar de su chaqueta para que me note. Él voltea hacia mí enojado: le ha molestado sobremanera que lo llame tío y que, con nueve años, tire de su ropa como una niña chica. Me empieza a regañar ante la mirada de todos y no sé cómo reaccionar. Enero 2006:
Junto con mi madre leo un libro que nos hace sentir muy felices. Habla sobre la humanidad, sobre el amor entre todos los seres, sobre viajes a través del espacio. Es un lindo momento, que nos permite conversar acerca de estos temas. Qué sabia me parece mi madre. Julio 2010:
Tengo una de esas conversaciones «filosóficas» con mi madre. Por algún motivo le digo: «y pensar que hay gente tan loca que piensa que el mundo es producto de su imaginación». Esas palabras vuelven a mí cuando me acuesto. En medio de la oscuridad, siento una lucidez perturbadora, una presión en el pecho. La angustia no me permite dormir. Octubre 2011:
Tengo claro que mi comportamiento no ha sido el más agradable. Ellas no me hablan, no me miran, me ignoran como si el contacto conmigo las fuese a contagiar de las deficiencias que albergo. Se ponen de pie tras la clase, y yo las sigo por inercia, pues no tengo otro grupo de amigas al que acudir. Al cabo de un rato de recreo, comprendo que lo mejor es que me aleje. Enero 2012:
Mi madre y yo empezamos un nuevo libro. Es algo diferente, sorprendente, que nos deja muchas ideas por desarrollar. Siento que esto es lo que estaba buscando. Noviembre 2012:
Estoy sentada en una banca del patio de mi colegio, leyendo. Una frase del libro me inspira, como pocas veces ha ocurrido, y levanto la vista para reflexionar. Está lindo el día. Los árboles, el cielo despejado. Quizás me estoy enamorando, y por eso todo parece más bonito que de costumbre. Septiembre 2013:
A una compañera le fue mal en una prueba y debe dar la recuperativa. Yo obtuve un 70, y antes de salir al recreo, me levanto sin más a entregarle mi prueba para que pueda estudiar de ella. Levanta la mirada muy sorprendida, y me da las gracias con énfasis. Noviembre 2014:
Don Umberto, el portero, me llama antes de que pueda salir. Saca un regalo, y me sorprende lo considerado que es al recordar mi cumpleaños. Indica que no es suyo, sino de un joven que vino. «De M.N para V.H». Me tiemblan las manos y sonrío. Don Umberto me ofrece un vasito de agua: «no se me vaya a desmayar». Salgo ilusionada del colegio mirando en todas direcciones. Agosto 2017:
Falleció mi abuela. Estamos en el cementerio, gran parte de la familia está reunida. Entre abrazos, y rostros tristes, veo a mi tía llorando sola. Nadie se acerca para acompañarla. No suelo ser muy de tacto ni soy tan cercana a ella, pero la tristeza que expresa me genera unas fuertes ganas de abrazarla. Mi mamá y yo nos acercamos para consolarla y la abrazo un buen rato.