Junio 1991:
Mi mamá me cuenta, justo antes de dormir, que murió su papá, mi abuelo. A la noche sueño que él me viene a buscar a la quinta donde yo había vivido hasta hacía poco: me está esperando detrás de la tranquera, me acerco y me abraza. Abril 1995:
Después de una larga y meditada planificación, me levanto alrededor de la medianoche para contarle a mi papá que le tengo miedo -pánico- a la muerte. Está mirando la tele y me manda inmediatamente a la cama. Marzo 1998:
Es el primer día de clases en un enorme y prestigioso colegio secundario. Está lleno de herederos y cultivados. Yo soy una nena de barrio y odio estar ahí. Junio 2000:
Una compañera que apenas conozco se acerca a mi banco en un recreo y me pregunta si estoy bien. Yo no puedo responderle sin ponerme a llorar. Marzo 2002:
Conozco personalmente a Goyo en las escaleras de la fachada de nuestro colegio, después de haber estado chateando todo el verano por ICQ sin saber que estudiábamos en el mismo lugar. Marzo 2008:
Estoy en el aeropuerto de Ezeiza a punto de viajar sola a Madrid. Voy a estar tres meses en Europa en mi primer viaje sola, y mientras atravieso el pasillo que lleva al avión, me pregunto por qué estoy saliendo tanto de mi zona de confort. Enero 2010:
Llamo a mi mamá desde un teléfono público en un pueblito de Bolivia y me cuenta que mi papá se murió. No sé qué decir. Septiembre 2013:
Me despierto de una anestesia total por primera vez en mi vida. Acabo de abortar. Mayo 2015:
Estoy en Bagán. Le explico al guardia de un templo muy concurrido que tengo que volver a entrar porque perdí las llaves de la moto que alquilé. Cuando vuelvo a salir veo al guardia buscando las llaves en el camino de tierra. Lo ayudan vendedores ambulantes, choferes, niños y niñas. Noviembre 2017:
Entrego las llaves de un departamento alquilado en el que viví tres años. Hace dos semanas confirmé la compra de un departamento en San Telmo.