Enero 1992:
La bahía es pequeña y las carpas están en los claros entre las enramadas de la costa, sobre la arena. A pocos metros está el mar. Está oscuro e igual nos metemos al agua. Solamente estamos nosotras tres. Nos zambullimos, saltamos, reímos fuerte, nos sentimos volar. Es un momento sensual y ligero, de gran plenitud, lo más parecido a la felicidad que he experimentado. Agosto 1993:
La música suena fuerte y hay mucha gente mientras converso con un chico altísimo con anteojos de armazón grueso. Me encanta él, todo lo que me dice y cómo se acerca más a mí para escucharme. Sobre todo un gesto que hace con sus piernas, las separa para no quedar tan alto frente a mí que soy bajita. Así nuestros ojos comparten un horizonte. Me enamoran esos detalles, es excitante. Diciembre 1994:
Con una maya de lycra azul profundo, pesando 45 kilos y un moretón bien maquillado en el ojo derecho, dicen mi número y mi nombre. Me seleccionan en la audición en Buenos Aires y siento como el corazón me da un vuelco. Julio 2000:
Aplico por primera vez para una beca internacional en La Habana. Al mediodía llega el envío postal; es sólo una hoja de papel pero otra vez es algo que arriba en el momento justo. Estoy sorprendida. Me separo de mi pareja con la que llevo conviviendo desde hace cuatro años. Octubre 2001:
Me lo cruzo en el pasillo que va de los dormitorios al baño. Me parece que camina como saltiqueando y quiere entrar rápido a bañarse. Es alto, flaco, con anteojos y usa pantalones de bolsillos. No entiendo bien el nombre que me dice cuando lo saludo al pasar. Su nombre es corto pero no lo retengo. Le pregunto a una de mis compañeras y me dice «Utz, se llama Utz, así cortito». Enero 2003:
Estoy de viaje sola por el sur de Francia. En Nimes me alojo en un «Auberge de Jeunesse» y la primera tarde camino hasta el pequeño centro para ir al cine. «Coffee and Cigarretes» de Jim Jarmusch termina tarde. Es de noche y apenas conozco el lugar. No hay un alma en las calles, me pierdo de regreso al hostal. Me da miedo. Finalmente llego, disfruto de la luz, de la gente reunida, enciendo un cigarrillo. Febrero 2005:
Terminan de abrirme el vientre, y si bien no veo nada, escucho todo. La anestesia es de la cintura para abajo. Acaban de sacar a la bebita que llora fuerte y constante. Está toda pegajosa y me la acercan al rostro, sigue gimiendo mucho. Olivia, Olivia, le repito susurrando. Le toco la carita. Me escucha y deja de llorar. Todo es de una intensidad inigualable. Abril 2010:
Estoy embarazada por segunda vez, lo deseo y es emocionante. Pero coincide con el diagnóstico de Alzheimer de mi madre, con 60 años. Estoy asustada, tengo miedo y miedo de transmitirle al bebé ese miedo. Junio 2013:
Me entero por teléfono que mi madre acaba de morir, no sé si hace 10 o 15 minutos, no lo puedo creer. Toda la situación es horrible y confusa y encima estoy lejos. Julio 2015:
La nieve es espumosa, suave, blanquísima y en cantidades. Puedo sentirla en la cara, cae como plumitas. Estamos los cuatro enterrándonos hasta la mitad de las piernas. Al llegar a la esquina vivimos el momento más divertido, más azul, la luz es especial y las niñas juegan. Todos reímos, parece que flotáramos.