Enero 1975:
Estoy caminando por el club, sé adónde están mi mamá y mis hermanos. No tengo miedo. Acabo de darme cuenta de que los seres humanos estamos intrínsecamente solos, aunque todavía no sé expresar esa sensación con palabras. En mi cabeza suena la melodía de «Let it be». Mayo 1977:
Una nena grita: «¡Zoé se hizo pis!». Todo primer grado se ríe. La maestra la acompaña al baño. A mí no me da risa, pienso: «¿Qué importa si se hizo pis? Igual puede ser buena». Junio 1978:
Terminó el partido, le ganamos 3 a 1 a Holanda, ¡somos campeones mundiales! Nos abrazamos, escuchamos los festejos de la calle. Mi hermana mayor llora, dice que mientras festejamos están torturando gente en centros clandestinos. Junio 1982:
Estamos en clase, entra una maestra al aula y nos dice que vayamos todos al patio. La directora habla, no entiendo bien qué dice, le pregunto a una compañera: «¿Desembarcamos en Malvinas?». «¡Sí!», me dice toda contenta. No sé por qué, pero a mí me parece una noticia terrible. Igual, disimulo. Enero 1995:
Acaba de amanecer. Estoy en una quinta, en otro país. Todos duermen. Me siento en posición de yoga al borde de la piscina y cierro los ojos. Siento que el sol atraviesa mi cuerpo para desembocar en el agua. Se fueron todos mis fantasmas. Estoy llena de vida. Febrero 2002:
Estoy en Colombia, hace diez meses que viajo de mochilera por Latinoamérica con mi marido. Mi país estalló hace dos. La prueba de embarazo da positivo. Quiero volver corriendo a la Argentina y abrazar a mi mamá. Septiembre 2002:
En la puerta de la sala de parto, la enfermera que me acompaña se despide con un «Vas a tener un parto hermoso». Diciembre 2009:
Estoy acostada en la camilla de parto. Viene una enfermera casi bailando y me dice «Tu hijo pesa 3,995. ¡Qué hermoso saquito tiene! Seguro que lo tejió tu mamá.» Agosto 2012:
Mi hijo de dos años se resbala, se da un golpe en la cabeza y llora tanto que se queda sin aire y se desvanece. Trato de reanimarlo. Por fuera estoy calmada, por dentro tengo pánico. Mi suegra llora a los gritos. Tengo ganas de gritarle que se aguante por una vez no ser la protagonista, pero me callo, y mi hijo, por fin, reacciona. Septiembre 2017:
Mi hija de 15 años me abraza y me dice «Sos una muy buena mamá».