Enero 1990:
Cumplo dos años. Arranco un buen pedazo de torta con la mano y me lo meto en la boca: delicia suprema. Mi familia se altera, «¿Cómo vas a comer la torta sin soplar las velas?» -me grita mi abuela. Quiero llorar, me aguanto. Mi tía me defiende: «La torta es de ella, puede hacer lo que quiera». Abril 1994:
La maestra reparte unos papeles sobre las nuevas clases de danza en el colegio. Lucila me pregunta entusiasmada: «¿Empezamos juntas? Le digo a mi mamá que le diga a tu mamá». Noviembre 1994:
Me duermo abrazando la panza que lo contiene. Fito se hace un bollito y me acompaña. Queremos conocerlo. Marzo 1997:
Estoy sola apoyada en la puerta del aula, esperando a que pase el recreo. Los gritos y corridas se unen en un sonido que me hipnotiza. Veo a mis compañeros corriendo hacia mí. Carla empuja a Juan Sebastián, él me enfrenta y me dice: «Me tenés que ayudar a cumplir una prenda… tengo que besar a la más fea». Corro hasta el baño, me escondo, y espero a que toque el timbre para volver a clase. Mayo 1999:
Estoy en la casa de mis tíos. Camino y me detengo, un sapo gigante me mira y se va saltando en dirección al fondo del jardín. Levanto la mirada y veo a Cristian desaparecer en la pileta de agua podrida. Los segundos se aceleran. De pronto, estoy sentada con él en mis brazos, escupe mucha agua. Vuelvo a respirar. Diciembre 2006:
Adriana me da el diploma, me abraza muy fuerte y me dice al oído: «Si algún día tengo una hija, deseo profundamente que sea como vos». Quiero llorar a mares. Diciembre 2006:
Le digo «Tengo que hacer algo antes de que se termine el año y no te vea nunca mas». Junto mi boca con la suya, su lengua se graba en mi memoria como un tatuaje. Septiembre 2007:
De noche entro a casa después del show e inmediatamente suena el teléfono. Atiendo. La mujer me reconoce y me dice: «Hablo del hospital Maria Curie, ¿puedo hablar con el hermano más grande?». Me doy cuenta de que ocurrió lo que había sospechado toda la tarde: el tumor se comió el corazón de mi papá. Diciembre 2012:
Bailo sola. Claramente llegar tarde es perder el ritmo de la fiesta. Cruzo miradas con el DJ, después de unas canciones le enseño a bailar rock. No sé cómo se llama pero mi piel pide a gritos conocerlo y entiendo que la felicidad existe para compartirla. Febrero 2013:
Leo paralizada mi nombre y apellido, número de documento, y al costado, «Audición aprobada». Después del sacrificio vienen los logros.