Diciembre 1994:
Con mi vecino Sebastián estamos en su pieza con la luz apagada mirando por la ventana los fuegos artificiales que lanzan desde el centro comercial. Estamos emocionados y conversamos apoyados en la ventana, viendo las luces a lo lejos y sintiendo el ruido. Agosto 1998:
Sentada en el comedor, veo cómo mi padre pela una naranja, con un cuchillo le quita minuciosamente todo rastro de cáscara a los gajos. El sol entra por el ventanal y cae sobre la mesa. Me gusta su casa en el cerro, es mi lugar de escape y me siento por fin tranquila. Septiembre 2001:
Entro a clases y lo primero que veo es el televisor que anuncia que estamos en alerta roja de amenazas de ataques terroristas para la seguridad nacional. Hay mucho silencio y yo pienso que si realmente lanzan una bomba atómica en Washington, ¿llegará su radiación a Florida? Mayo 2003:
Saliendo del aeropuerto de regreso a Chile todo me parece gris y feo. Julio 2007:
Estoy parada en medio de una montaña en el desierto de Atacama, sola y frente a un horizonte infinito de colores tierra. Diciembre 2010:
Mi hermano regresa a Chile luego de diez años y abraza a nuestro papá. En ese momento todos nos largamos a llorar. Junio 2013:
Estoy tomando unas cervezas con mi amigo Martín en un bar en Tobalaba. Conversamos sobre su posdoctorado en Suiza y de cuánto quiero estudiar en el extranjero yo también. Entonces entra en el bar mi pareja y me dice: «Te ganaste la beca.» Octubre 2014:
Me despido de Alkisty en la estación de trenes de Leicester. Diciembre 2014:
Es año nuevo, estoy en el techo del edificio donde vive mi padre junto a mis hermanos y sobrinos viendo los fuegos artificiales de la Torre Entel. Mi sobrino de ocho años dice: «A la abuela Angélica le hubiera gustado ver los fuegos.» Octubre 2015:
Son las once de la noche, hace calor en casa y estoy pariendo a mi hija junto a mi pareja y una matrona.