Marzo 1971:
Me encuentro frente a un oso polar. Es la casa de verano de unos amigos de mi familia. El oso polar yace extendido como una alfombra sobre el suelo. La cabeza es tan grande que funciona como taburete. Agosto 1974:
Hemos llegado a la casa en la montaña alquilada para la temporada de invierno. Hace un frío intenso. Tenemos hambre. Mi hermano llora. Entramos y la casa tiene el suelo inundado. Mi madre está sola y trata de resolver la situación. No hay teléfono. Después también me pongo a llorar. Enero 1975:
Me invitan a la casa de un amigo que vive en una casa próxima a la nuestra: llego a su casa y no veo a nadie. Me da miedo entrar y me escondo entre las plantas. Paso horas agazapado. Un abejorro que pasa zumbando cerca me da terror. Agosto 1978:
La directora del colegio toca la puerta de la sala de clase, interrumpe al profesor y pregunta por mí. Mis compañeros se giran hacia mí. Yo no sé qué pasa. Me pide que la acompañe y caminamos por los pasillos. Ella me dice con dulzura que me felicita por haber ganado en mi categoría el campeonato interescolar. Me han dado una medalla. No sé bien qué decirle a la directora. Diciembre 1981:
Llegamos a pasar la Navidad a Madrid con mi madre. Ella nos pregunta a mis hermanos y a mí, si nos gustaría quedarnos a vivir con ella en lugar de volver a Chile. Estamos en la entrada de la casa, junto al teléfono. Los tres respondemos entusiasmados que sí. No sabemos lo que nos espera. Febrero 1985:
Tengo que caminar 42 kilómetros hasta el Parque Nacional porque no hay bus y la noche me encuentra sin techo y comida. Me atacan unos perros. Los dueños de los perros me aceptan en su casa. Me dan sopa y al día siguiente me pongo en marcha. Febrero 1990:
Entramos en una exposición de Domenico Gnoli. Un zapato enorme visto desde arriba parece el cráter de un volcán. Una cama de sábanas blancas. Unos pantalones. Empiezo a entender otra cosa sobre la forma de retratar el mundo: la importancia de la escala. Julio 1990:
Estamos en la casa de playa de un amigo. Salimos en medio de la noche a comprar cigarrillos en auto. Pasamos junto a un bulto por la carretera. Él me pide que pare y retroceda: hay un montón de tierra y un par de bolsas desgarradas de basura. «Pensé que era un cadáver», me dice. «De verdad pensé que era un cadáver». Septiembre 1999:
Siento furia: mi novia me ha engañado con otro, yo la he engañado con otra. Esa furia injusta de mi soberbia me conduce a un local nocturno en mitad de las fiestas nacionales y bailo con una señora mayor, a la que persigo de forma insistente. Se molesta pero sabe que soy sólo un niño despechado. Me deja de lado. Vuelvo conduciendo borracho. Agosto 2010:
Nace mi hija. Su pelo oscuro es lo primero que veo. Cuando termina de salir del vientre materno es un ser extraño al que estoy unido. La miro con amor y desconocimiento. No tengo ni la más remota idea de ser padre.